Es común por estos tiempos escuchar: “No me compliques tanto”, “ No estoy para pensar”, “Para qué tanta filosofía”.
En realidad, la filosofía nació con el primer ser humano que comenzó a asombrarse frente a lo que la vida le ofrecía a cada momento y ante los fenómenos del mundo.
Y según dijo Sergio Sinay: desde el momento en que contamos con un cerebro capacitado para reflexionar, dudar, comparar, imaginar, recordar, etc, la filosofía nos acompaña.
Esta proviene de la conciencia de que somos seres finitos. Y aunque la vida fuese eterna no podemos desperdiciar el don del cerebro.
La capacidad de pensar nos lleva a valorar nuestros afectos y nuestros logros, a planificar proyectos, a formularnos preguntas, gracias a las cuales la vida cobra sentido.
Montaigne decía: “ No se trata de cuánto se vive, sino de la intensidad y profundidad de esa experiencia”. Y eso depende de la intención de cada uno.
No evitamos la finitud pero hacemos de la vida una experiencia real, un árbol con raíces en lugar de hojas al viento.
Filosofar, en síntesis, es pensar en el mundo y pensarse en él como parte del mismo y de sus fenómenos.
Kant sostenía: “ No se puede aprender a filosofar” y no hay otra manera de hacerlo que “conducirnos hacia los interrogantes que vienen hacia nosotros en lugar de escapar de ellos”.
BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA: “LA BUENA VIDA” ( SERGIO SINAY)