Somos como seres humanos, parte de un todo y la otra persona es condición para que yo exista.
Las relaciones de amor, amistad, compañerismo, se alimentan de acciones y actitudes. Son una permanente construcción y esta exige riesgos y compromisos, decepciones y descubrimientos.
No se puede amar por obligación pero si estamos obligados a RESPETARNOS. Sin esta base, los contactos humanos se tornan insostenibles.
El respeto es un valor primordial y cada uno tiene una actitud ante los valores, no se trata de una elección personal, pero si de vivir de acuerdo con ellos.
Al principio de nuestra civilización, los valores se llaman virtudes; y según Aristóteles, un atributo se convertía en virtud cuando se hacía habitual. No alcanzaría con una acción honesta para ser honesto, sino que esa acción debería ser, sin dudar, la conducta habitual y pasaría a constituir un rasgo del carácter.
Los valores se crean y se sostienen, están unidos a la realidad y poseen a su vez una relativa independencia pero necesitan de tierra fértil para arraigarse y crecer. Y es en la relación con otras personas donde se ponen en juego los factores básicos de la moral (que debo hacer) y de la ética (que elijo hacer).