Autor: Sergio Sinay
Fuente: revista Viva
En el mercado actual encontramos una amplia gama de productos carentes de su componente nocivo: café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol. ¿Qué decir del sexo virtual, que es sexo sin sexo; de la guerra sin víctimas (en nuestro bando, claro), que es una guerra sin guerra; de la redefinición actual de la política como arte de la administración técnica, que es una política sin política? Así reflexiona el filosofo esloveno Slajov Zizek en un reciente artículo que publicó en el diario español El País (se titula Barbarie con rostro humano y apareció el 23 de octubre último). En esta línea de pensamientos Zizek concluye que hemos llegado a la vivencia de Otro sin “otredad”, de otro descafeinado.
No es de extrañar, entonces, el furor de las redes sociales. ¿En qué otro lugar el semejante puede tener menos consistencia o, acaso, menos existencia?
Cada quien es allí un alias, una contraseña. Dirá de sí lo que quisiera ser (alto si es bajo, rubio si es moreno, rico si es pobre, sensible si es incapaz de conmoverse, etc.). En ese mundo virtual las personas son siempre divertidas, “buena onda”, deportistas, así las muestran sus fotos en los muros donde “cuelgan” la información. ¿No es significativo que se llamen muros los espacios de contacto en las redes? Un muro aísla, preserva, protege de los riesgos. Y vivimos tiempos en los cuales el mayor riesgo es el otro, el diferente, el que aún no conozco y debo tomarme el trabajo (y por qué no el riesgo) de conocer. Tiempos en los que las personas sospechan de las personas y les temen, tiempos de aislamiento. De conexión virtual sin conexión real, de amistades sin amigos.
Hay una verdadera banalización de la intimidad y la pérdida del verdadero conocimiento entre las personas. En efecto, hay una progresiva deserción de la aventura humana más extraordinaria: la del encuentro real con un otro real. Queremos “desintoxicar” al vecino antes antes de acercarnos a él, dice Zizek. Pero la comunicación humana es siempre artesanal y próxima; necesita de la mirada, de la palabra, de la escucha y del registro emocional. Pide experiencias reales compartidas (a veces dolorosas, a veces gratificantes), necesita de tiempo y de compromiso. Comunicarse y conectarse no es lo mismo. La tecnología de conexión cambia, se transforma, perece, se renueva. Es efímera. La comunicación como fenómeno de encuentro, reconocimiento, y construcción de un vínculo, permanece inalterable desde siempre.
Las redes sociales son herramientas de conexión y, como tales, tienen utilidad informativa, laboral, profesional. Negarlo sería tan necio como inútil. Desde tales aspectos hay que darles la bienvenida. Pero es peligroso creer que nos relevan del compromiso del acercamiento de las vivencias y experiencias, del riesgo y de la inversión afectiva que requiere un vínculo real, es decir, un vínculo con comunicación cierta, con una historia conjunta, con una intimidad construida y celebrada, con una confianza hecha de acciones. Las relaciones verdaderas en el mundo real nunca son fenómenos light, virtuales. Exigen nuestra presencia, no sólo física, sino afectiva, ética, emocional y espiritual.