Recién llegados de Goya y los sentimientos están a flor de piel. Todavía sentimos el calorcito de los abrazos, el ruidito de esos dos besos, uno en cada mejilla, el olor a comidas compartidas, el mirar por la noche ese cielo estrellado y sentirse tan acompañados en esa inmensidad.
Lo que pasamos esos seis días no puede explicarse, no alcanzan los adjetivos para describir tanto amor, pero intentaré que aunque sea un poquito puedan sentirse allá.
El recibimiento fue increíble, vecinos, familias, la seño y los nenes nos estaban esperando con abrazos, carteles de bienvenida, un atrapasueños gigante, mate y torta frita.
Enseguida comenzó la integración, presentarse, conocer el lugar, charlar, reírse, disfrutarnos.
Cuando quedamos sólos, empezó la planificación para el día siguiente, a qué jugamos, qué arreglamos o pintamos, qué comemos, qué rol le toca a cada uno. Y después de la cena, ver ese cielo estrellado y ese campo lleno de luciérnagas que también nos estaban dando la bienvenida.
Y bien tempranito a la mañana, nuestros chicos comenzaron a aparecer de las carpas y la mesa larga se fue llenado, y de pronto, a lo lejos con su guardapolvo blanco impecable llegaban ellos, caminado desde lejos, los peques de la mano de los no tan peques, los más grandecitos llegaban a caballo, Y ellos también sabían que en la Escuela había fiesta, y se dejaban acariciar y montar.
La rutina diaria era la misma, llegaban los chicos, izábamos nuestra bandera, más blanca, más celeste y más linda que nunca, cantábamos Aurora y después del “Buenos días chicos” de los dos dires, que tienen tatuada a fuego su profesión, desayunábamos todos juntos, compartiendo risas cómplices.
Luego a trabajar, un grupo se iba a jugar con los chicos, otro grupo preparaba las lijas, los pinceles y demás materiales para trabajar y otro grupo comenzaba con los preparativos para el almuerzo.
Cuando se iban los chicos, revivíamos con nuestras charlas lo vivido, como si quisiéramos que no se nos escape. Merienda, baño, cena y a dormir ansiosos por verlos aparecer en la tranquera con sus guardapolvos.
El último día hubo fiesta, otra vez con su calidez, vecinos y familias nos vinieron a agasajar, nos prepararon lechon, cordero, pan caseros, y obvio, como todos los días, los mates cebados por tantas manos y las torta fritas.
Hubo baile, karaoke, Bianca y Gaby nos cantaron una canción bellísima, le entregamos a la dire un presente y comenzamos a despedirnos de ellos, cada uno dijo lo que pudo, muchos no pudieron (no pudimos) dedir nada…y otra vez abrazos, dos besos, sabor a lágrimas, muchos “te quiero” “te voy a extrañar” “gracias”.
Nos volvimos con el alma que explota de amor, con la promesa de volver a verlos. Se dice que hay un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, está vez el hilo rojo llegó a Goya y allá dejamos un poco de nosotros.