Más juegos, más cuentos y menos pantallas.

El equilibrio necesario para mejor salud emocional en nuestros niños y jóvenes.

 

Es común escuchar hablar de nuestros niños como nativos digitales por cómo se manejan con las pantallas a tan temprana edad.

Ésto puede hacer pensar que los chicos no necesitarán del contacto con adultos como en otras épocas porque las pantallas pueden hacer nuestra tarea.

Es en este punto donde tenemos que centrar la atención ya que el ser humano no dejará de ser NATIVO VINCULAR y necesita sí o sí relacionarse con otros seres humanos y esta necesidad no se agota en los primeros años sino que continúa toda la vida.

Ha quedado demostrado que los chicos aprenden más en una clase presencial que en igual clase dada por el mismo docente a través de una pantalla.

Cuando el uso de pantallas se torna excesivo y faltan el diálogo, los cuentos, el juego, es cuando comenzamos a ver chicos desmotivados, desconcentrados, con menor capacidad de espera, con poca tolerancia a la frustración, se conectan menos con ellos mismos, no desarrollan suficientes habilidades sociales, se percibe vocabulario pobre, aumenta el sedentarismo, varía la forma de alimentación (muchas veces saltean comidas), se cuida poco la visión, se muestran más ansiosos, a veces más violentos e irritables.

Las variables mencionadas podrán ser muchas más. Por esto es de gran valor replantearnos la importancia de SUPERVISAR el contenido de lo que ven y juegan.

Es allí donde resulta valioso pensar que no basta con limitar el uso de pantallas sino que hace falta ofrecer otras opciones, es entonces cuando cobra un papel relevante el contacto y la contención del adulto, la escucha atenta (dejando de lado nuestras propias pantallas) para obtener una mejor conexión, la mirada es otro factor a tener en cuenta, las interacciones entre adultos y chicos y por supuesto el juego compartido.

El celular o la computadora pueden ser de gran ayuda pero la intervención excesiva en nuestras vidas tiene un costo elevado, se pierde la intimidad, el compartir y la profundización hasta de los pensamientos.

Cada vez sabemos menos del otro y muchas veces es ese otro nuestro hijo, hermano, esposo.

 

¿Qué podemos proponernos para hacer algunos cambios?

  • Enseñarles con el ejemplo un uso criterioso y acotado de las pantallas.
  • Que no comiencen desde tan pequeños con el uso de las mismas.
  • Limitar el uso, establecer momentos y días.
  • Negociar cuándo leer, estudiar y luego usar la pantalla con otros fines.
  • Convencer no es el mejor camino pero sí explicar el por qué de la limitación y cuándo es basta.

 

Recordemos que la Sociedad Americana de pediatría recomienda:

  • Hasta dos años cero pantalla.
  • De 2 a 5 años hasta 1 hora acompañados por un adulto.
  • A partir de los 6, poner límite de tiempo y contenido.

 

Con los más chiquitos se hace difícil cumplir nuestro objetivo porque queremos “entretenerlos”, que se queden un rato quietos y tranquilos y las pantallas se las ofrecemos sin pensar en lo que venimos describiendo.

Se pueden hacer acuerdos familiares.

Ayudarlos a que corten el uso sin enojarnos pero con firmeza.

Explicar las pautas establecidas y hacer que las respeten.

Es entonces cuando podemos introducir otras posibilidades (todo tipo de juegos, música, rompecabezas, deportes, caminatas, dibujo, cerámica, etc.)

Estimularlos a participar con nosotros y reflexionar acerca de todo lo que pierden por estar “conectados”.

 

Bibliografía de consulta : “Un ratito más” de Maritchu Seitum – Sofía Chas