Pareciera que en estos tiempos la velocidad fuese un valor en sí mismo. Los comunicadores suelen decir que los chicos de hoy son más rápidos, pero analicemos más rápidos en qué y para qué.
Están abrumados por descargar audiovisuales de todo tipo, saben identificar modelos de antes, están al tanto de los últimos celulares, computadoras, teclados y consolas. Se guían por aquello que ya esta programado pero no transforman ese proceso en pensar y creatividad. Son hijos de adultos que también hacen un culto de la velocidad, que corren por la vida muchas veces sin rumbo.
Es así como van perdiendo la capacidad humana de crear, fantasear, jugar. Muchas veces hasta en un viaje de placer dejan de contemplar el paisaje y devoran el video en los autos, así no descubren árboles, ríos, montañas, no preguntan por animales.
Todo es ABURRIDO. Pareciera que viajar no tiene sentido, quieren llegar.
Lo “divertido” pasa a ser consumir. Consumir objetos materiales, consumir tecnología. Desaparece el dialogo, la sana confrontación, el sentido común.
Suele ocurrir que se dedica más tiempo a responder mails, a hablar por teléfono, a chatear que a compartir tiempo con el otro.
Dejamos de preguntarle a ese otro cómo está, cómo le fue, qué le preocupa. No nos enteramos de sus necesidades y emociones.
Y esto es muy peligroso máxime si ese otro es el hijo que pasa entonces a ser un objeto más.
Detengámonos a tiempo y pensemos veloces para qué.
Bibliografía: La sociedad de los hijos huérfanos (de Sergio Sinay)