Las vacaciones de invierno permiten a los chicos hacer una pausa, descansar del trabajo escolar y divertirse. Lamentablemente, la sociedad de consumo, poco a poco y sin que nos demos cuenta, ha ido sacando el acento del descanso y reforzando la idea de diversión hasta el punto en que hoy los chicos “exigen” hacer programas, como si fuera nuestra obligación de padres entretenerlos durante esas dos semanas, ya sea con viajes (desde ir a pescar a la laguna de Chascomús hasta viajar a Disney), con idas al teatro, recitales, invitaciones a amigos o primos, las infaltable piyamadas desde cada vez más chicos, cine, bowling, etcétera.
Quedan olvidados el ir a dormir a lo de los abuelos o a pescar a la orilla del río (el de la Plata, acá cerquita), acompañar a mamá al súper, ir a la plaza, andar un rato en bici o patines, mirar un rato de tele o jugar algún jueguito en la compu sin que los corra el reloj. Jugar tranquilos en casa o con los hermanos, inconcebible; ayudar a mamá a cocinar, fuera de la cuestión; dibujar, aburrido… leer un buen libro, ¡mala palabra!
No intento con esta reflexión que los chicos no hagan nada divertido, sino alertar a los padres para que se den cuenta de que, al hacer tantos programas, cuando terminen las vacaciones se van a encontrar diciendo: “¡Qué suerte que se terminaron!” en lugar de: “¡Qué pena!” como sería de desear.
Esto es importante para los chicos, que perciben que papá y mamá están hartos de ellos después de pasar dos semanas juntos, lo que no es muy bueno para su autoestima. Además, los padres también tienen derecho (y quiero recordarles ese derecho) de dormir hasta un poco más tarde, de no gastar hasta el último céntimo del aguinaldo en sus hijos, de llegar al final de esas dos semanas contentos y descansados, de modo que ninguno necesite (hijos o padres) vacaciones… de las vacaciones.
Y vaya un comentario aparte para las numerosas familias donde los dos padres trabajan y no pueden tomarse vacaciones de invierno. En cada situación que se nos presente, busquemos el equilibrio que nos hace bien a todos. Hay una enorme distancia entre no hacer ningún programa ¡y no perderse ninguno!
Saquémosle el valor negativo al aburrimiento, bajemos el ritmo alocado, despejemos tiempo y espacio para que surjan la creatividad y la imaginación, y veremos cómo de allí pueden salir cosas increíbles.
A veces tendremos que agudizar nuestra imaginación y la de ellos para que se entretengan, y así descubriremos cuántas buenas ideas se nos pueden ocurrir.
Aprovechemos también (si los hay) a los abuelos, madrinas, amigos, tíos solteros o sin hijos con buena voluntad para darnos una mano. Si logramos que las exigencias y expectativas de nuestros hijos no sean tan altas, seguramente encontraremos más adultos voluntarios que si se acostumbran a que las vacaciones solo pueden tener días de megaprogramas.
Esta es una de las oportunidades que nos ofrece la vida de no subirnos al tren del consumismo y de pensar que, una vez que estamos arriba, no es fácil bajar. Para ello hay que ganar mucho dinero, seguir el ritmo y no caerse. A todos, con hijos grandes e hijos chicos, con sobrinos o nietos inquietos, con ganas de pasarlo bien, ¡suerte con las próximas vacaciones!